Fiesta, música, baile, diversión, entretenimiento, disfraces. Es común que pensar en cultura nos remita a estas referencias, pero detrás de cada una de estas manifestaciones, se tejen procesos de desarrollo humano tan trascendentales, que llevan a una imperiosa necesidad y deuda que tiene la sociedad con los procesos culturales, desde hace siglos: Es hora de tomarnos la cultura en serio.
Injustamente frivolizada, a la cultura le debemos la trascendencia en el tiempo de legendarias civilizaciones. Es la cultura la esencia y el sentir de los pueblos, todo pasa y lo corroe el tiempo, menos a la cultura porque nace de la misma esencia del ser humano. Excluida incluso de indicadores como los Objetivos de Desarrollo del Milenio o de Desarrollo Sostenible, en el sentido de que no se contempla como un objetivo como tal, sino que ha sido considerada transversal a otros pilares resaltados como fundamentales en estas metas.
Donde más se evidencia es en el ODS 11, tal como lo señala la Unesco: “La cultura desempeña un papel esencial en el logro del ODS 11, cuya finalidad es “lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles”. La cuarta meta de este ODS exige “redoblar los esfuerzos para proteger y salvaguardar el patrimonio cultural y natural del mundo””. Pero sigue ahí latente aquel pendiente de darle a la cultura el lugar y la importancia que amerita como un objetivo de desarrollo en sí misma.
La cultura es una dimensión esencial para lograr el desarrollo de cualquier comunidad. Tal como mencionó el poeta senegalés Leopold Senghor, es el fin y el medio del desarrollo. La pandemia que nos confinó por dos años ocasionada por el Coronavirus, fue el contexto que permitió demostrar cómo la cultura salva y da vida al ser humano, más allá de sus dimensiones económicas, sociales, políticas o religiosas.
Ante los efectos del aislamiento, la Organización Mundial de la Salud –OMS- realizó un estudio sobre los nexos entre el arte, la salud y el bienestar, y la principal conclusión ha sido que tener una conexión directa con el arte y la cultura brinda un beneficio adicional de mejorar la salud física y mental1.
Mientras nuestro cuerpo consumía medicamentos, vitaminas y alimentos para defendernos o sanarnos del temido Covid, nuestra mente y nuestro espíritu se alimentaban y curaban a la par con esas dosis reconfortantes de cultura que las redes sociales, la televisión, la radio, los libros, las conversaciones a través de la tradición oral de ese compartir en familia, nos traían a la intimidad de nuestros hogares. Todo iba mal en el mundo, pero la cultura siempre estuvo ahí para hacernos olvidar de todo, reír, bailar, cantar y pensar en un futuro esperanzador.