Por Jackeline Pájaro López
Coordinadora de Liderazgo y Comunicaciones
Miembro de la Asociación de Directivos de Comunicación (Dircom)
Reconozco que la mayor parte de mi vida he sido una persona, si bien determinada y con claridad en los propósitos y objetivos, con algunos temores que se asomaban en decisiones importantes y hasta en nimiedades. No entendía el porqué esa voz interior que en ocasiones se empecinaba en decir “no vas a poder”, aparecía.
Por fortuna, en el camino entendí con ayuda de una coach, que en realidad esa voz me hacía sentir temor al fracaso, al no saber algo, a dejar ver que no me las sabía todas, que podía fallar. Fue un salto. Para mí fue romper la inercia en la que podía estar cayendo sin saberlo, y la que me estaba impidiendo ver más allá con más garra y decisión.
Sí, no sabérselas todas es válido, y en la vida diaria, así como en el ejercicio del liderazgo es fundamental aceptarlo, entenderlo y asumir una posición al respecto.
Una posición frente a la inequidad que hay, por ejemplo, en el acceso de las mujeres a mejores oportunidades de desarrollo personal y laboral; esa inercia se rompe poniéndonos las gafas violetas que nos dejan ver sus luchas, conquistas y nuevos retos.
Una posición frente a Cartagena y su realidad inundada de pobreza; de niños y jóvenes sin muchas posibilidades de acceso a una educación de calidad, de una economía informal que nos impide pensar en el futuro… De tantos fraccionamientos en las relaciones humanas a todo nivel, desde el vecino que no puede convivir con el de al lado, desde la desconfianza que nos aleja de ese matrimonio perfecto que debería ser la articulación entre la institucionalidad, las empresas y las comunidades.
Y hoy, no quiero citar aquí un rosario de situaciones negativas, sino poner en la mesa la necesidad de romper la inercia que se ha apoderado de Cartagena, donde quizás nos hemos ido acostumbrando a que todo funciona así y desde la queja nos parece mejor mantener una posición de observadores y no de visionarios que construyen territorio y hacen que su realidad se ajuste a lo que sueñan e imaginan en sus mentes.
Escuchar a un empresario y personaje de talla mundial como el controvertido Elon Musk, quien recientemente adquirió Twitter, y que decidió hace varios años apostar por el desarrollo de la industria aeroespacial, decir que sueña con una “civilización multiplanetaria”, que los humanos puedan llegar a Marte pues nuestro planeta Tierra está seriamente amenazado por la probabilidad de tener guerras mundiales, por el cambio climático y muchas otras situaciones complejas más, me inspira. Es un personaje con visión sin duda, y que ha buscado a través de la puesta en práctica de sus ideas alcanzar propósitos inimaginados hace muchos años.
Su clave de éxito la fundamenta en no temer al fracaso, en aprender del error, lo que me hace aún más sentido y refuerza la importancia de retarme, de alimentar visiones y decidir cumplir los sueños.
Además de las gafas violetas que hoy procuro tener bien puestas, le añado otras que han sido claves para mí: las gafas de la construcción colectiva. Hoy, no veo el mundo de otra manera; solo unidos, con los que creemos estar de acuerdo y con los que quizás no, podemos romper esa inercia, transformar nuestro entorno, y por qué no, cambiar el mundo. Es cuestión de soñarlo, planearlo y hacerlo realidad. Y cuando de repente aparezca esa voz que dice “no se puede”, decidir cambiar la sintonía y escuchar una melodía esperanzadora, nos ayudará a hacer la diferencia. Hagámoslo.